#5 Los días de Birmania de George Orwell

Atención: A continuación se revelan partes de la trama del libro.

¿Por qué este libro? Desde que leí Homenaje a Cataluña de George Orwell se ha convertido en uno de mis escritores favoritos por muchos motivos. Tras leer este año Rebelión en la granja y Homenaje a Cataluña y cada vez estar más impresionado por su prosa y por sus opiniones, decidí empezar con Los días de Birmania. Otro punto a su favor es que se lee rápido, tiene poco mas de 300 páginas.

¿Qué tal la novela? El libro se desarrolla en un pequeño puesto colonial del imperio británico en Birmania sobre 1926. Todo gira entorno a club europeo donde se reúnen los pocos británicos que viven por allí, menos de 10 personas. El protagonista, Mr Flory lleva una vida desordenada, basada en el alcohol y la relación con una prostituta. El pensamiento general y socialmente aceptado es de desprecio total por parte de los colonos hacia el país, los nativos, sus costumbre etc. Todo lo que no sea europeo es inferior y por lo tanto peor. Flory mantiene las apariencias frente a sus compatriotas, a pesar de que piensa de forma opuesta a ellos. De hecho desprecia a casi todos sus compatriotas, es un cínico, les sigue la corriente por no aislarse.

La trama se centra en la llegada al lugar de una joven, a partir de entonces Mr Flory intentará conquistarla y casarse con ella, para dejar atrás definitivamente su vida.

A pesar de que este argumento puede parecer manido, la verdad es que el autor lo enfoca de forma contraria al romanticismo. La novela no puede ser mas cruda y desalentadora. En realidad lo mas llamativo del libro es la crítica al colonialismo y la hipocresía de la sociedad, mas preocupado por las apariencias que otra cosa.

La verdad es que los personajes son muy identificables, cumplen roles infinidad de veces ya vistos. No por ello los personajes dejan de estar bien trabajados. Por ejemplo, el rasgo físico mas característico de Flory es la marca de nacimiento que la mejilla, una marca horrible. Esta marca le condiciona en todo momento, condiciona su caracter y condiciona sus relaciones. Esta continuamente presente a lo largo del relato, parece que le hace sentirse inferior frente a sus compatriotas.

La novela me ha gustado mucho, Orwell tiene una sencillez y naturalidad, que hace que me enganche y le entienda perfectamente. Me introduce en el ambiente y en la trama sin esfuerzo. Es sin duda uno de mis escritores favoritos por dos motivos.

El primero, es la ya mencionada sencillez con la que se hace entender.

El otro motivo es su visión del mundo, que hoy en día sigue estando de actualidad y más vigente que nunca. Se puede decir que a falta de leer mas partes de su obra, soy un fanboy de Eric Arthur Blair.

Citas: Aquí pego varios extractos del libro que me parecen interesantes por diferentes motivos.

De esa forma él podría volver de nuevo a la tierra en forma humana y masculina — porque una mujer está aproximadamente al mismo nivel de una rata o una rana — o en el peor de los casos

Este es un ejemplo de la forma sin tapujos que tiene Orwell de expresarse. Como cuando habla del asco y desprecio que tienen los europeos por los nativos, lo hace con una crudeza similar, con un racismo que resulta casi escandaloso. Esto me resulta muy chocante. Se entiende que no son las opiniones del autor.

[…]Me resulta muy difícil conservarlo helado. — No me hables así, desgraciado… «¡Me resulta muy difícil!» ¿Te has comido un diccionario? «Por favor, señor, no poder tener hielo frío»; así es como deberías hablar. Tendremos que echar a este chico si empieza a hablar inglés demasiado bien. No puedo soportar a los criados que hablan inglés. ¿Me oyes, camarero?

Otra muestra de esa actitud de superioridad de los europeos frente a los nativos. El europeo no consiente que el camarero nativo se salga de su rol de ignorante y servil, tienen que demostrar en todo momento que son diferentes e inferiores. Otro ejemplo de ese despreciable racismo de los colonos.

Al final, el haber guardado en secreto la rebeldía te envenena como una enfermedad secreta. Toda tu vida está plagada de mentiras. Año tras año, te pasas horas sentado en pequeños Clubes envueltos por el espíritu de Kipling, con el whisky a tu derecha y el Pink’un a la izquierda, escuchando y asintiendo entusiasmado mientras el coronel Bodger de turno expone su teoría de que habría que meter en aceite hirviendo a esos malditos nacionalistas. Oyes cómo a tus amigos orientales se les llama babas grasientos y admites disciplinadamente que de hecho son babus grasientos, o contemplas cómo unos mequetrefes recién salidos de la escuela tratan a patadas a criados ya canosos. Llega un momento en el que se arde por dentro de odio a los propios compatriotas, y se acaba por desear que algún nativo se subleve para que el Imperio se ahogue con su propia sangre. Y en esa actitud no hay nada honorable, ni tan siquiera algo de sinceridad, puesto que, au fond, ¿qué te importa a ti que el Imperio sea un despotismo, o que a los indios se esclavice y explote? Lo único que te molesta es que se te niegue el derecho a la libertad de expresión. No eres más que una criatura del despotismo, un pukka sahib, amarrado más fuerte por un inquebrantable sistema de tabúes que un monje o un salvaje.

En este párrafo Orwell describe a la perfección el pensamiento de Flory, como él, al contrario que sus iguales no desprecia Birmania ni a los Birmanos, mas bien al revés, mientras que sí desprecia las actitudes occidentales y al imperio. Pero por no ser marginado, se tiene que morder la lengua. Una situación típica, nadar contracorriente o dejarse llevar.

Dios, si al menos por una vez se levantaran o se sublevasen en condiciones — le dijo a Ellis — , pero será un desastre como de costumbre. Siempre es la misma historia con estas rebeliones; se quedan en nada casi antes de que hayan empezado. ¿Te puedes creer que todavía no he disparado a nadie con mi pistola, ni a un dacoit? Once años y, sin contar la guerra, no he matado a nadie. Es deprimente. — Bueno — dijo Ellis — , si al final no pasan a la acción siempre puedes coger a los cabecillas y darles una buena tunda con cañas de bambú sin que nadie se entere. Es mejor que tenerles mimados en esas cárceles nuestras que más parecen clínicas de reposo. — Hmm, puede que sí. De todas formas, tampoco puedo hacer eso hoy en día. Si somos tan bobos que hacemos estas leyes de guante blanco, supongo que no tenemos más remedio que cumplirlas. — ¡Al infierno las leyes! Lo único que sirve con los birmanos es azotarlos con cañas de bambú. ¿Te has fijado cómo se quedan después de que les den una buena tunda? Yo sí. Los sacan de la cárcel en carretas, gritando de dolor, con sus mujeres[…]

Aquí se ve la opinión general de como piensan los británicos que deben ser tratados los nativos, a palos.

[…]ponía al borde de la riña. Cuando dos personas, una de las cuales lleva viviendo mucho tiempo en el país al que el otro acaba de llegar, se ven juntos accidentalmente, es inevitable que el primero actúe como cicerone del segundo. Elizabeth durante estos días estaba conociendo Birmania y era Flory, como es natural, quien hacía las veces de intérprete, explicándole esto, comentándole algo sobre aquello, etc. Las cosas que decía, o la manera que tenía de decirlas, provocaban en ella una vaga aunque profunda discrepancia. Y es que se daba cuenta de que cuando Flory hablaba de los “nativos” lo hacía casi siempre a favor de ellos. Alababa continuamente las costumbres y el carácter birmanos; llegaba incluso a compararlos con los ingleses, saliendo beneficiados los primeros. Todo eso la inquietaba. Los nativos, a fin de cuentas, sólo eran eso, nativos; pintorescos, sin duda, pero no son más que un pueblo “dominado”, una gente inferior con la cara negra. Flory no podía ni imaginarse aún lo distintos que eran él y Elizabeth. Deseaba enormemente que ella amase Birmania como él lo hacía, que no la viese con los ojos ignorantes e indiferentes de una memsahib.

Orwell enfrenta la visión de Flory y Elizabeth, el respeto de él contra el desprecio de ella. La verdad es que el personaje de Elizabeth y su comportamiento, es despreciable para el lector, cae antipática desde el primer momento. Para ser justos, la verdad es que se la puede excusar pensando que es víctima de su época y la sociedad, que lo único que espera de una mujer es que se case.

Los europeos no les tocarían ni con un palo y no les está permitido acceder ni a los servicios de menos categoría de la Administración. Lo único que podrían hacer para dejar de vivir de la caridad, sería renunciar a toda aspiración de ser europeos. Y eso no lo harán nunca estos pobres diablos. El único bien que poseen es su gotita de sangre blanca. Pobre Francis, siempre que me lo encuentro tiene que sacar el tema de sus sarpullidos. Como comprenderá, los nativos se supone que no tienen ese problema; bobadas, de acuerdo, pero es lo que la gente cree. Sucede lo mismo con las insolaciones. Por eso llevan esos topis gigantescos, para que nadie se olvide de que también tienen cráneos europeos. Como una especie de escudos de armas. Se podría decir que es un chifladura siniestra.

El autor nos describe esa curiosa situación de los mestizos en las colonias. Ni son nativos ni son colonos, están en tierra de nadie. Puede que los colonos los toleren pero los desprecian igual. Los mestizos a su vez resultan casi patéticos intentando encajar, se creen por encima de los nativos, pero por debajo de los blancos, no tienen un lugar propio. Una situación bastante triste.

[…]no sin razón, pues todo lo que él había logrado en su vida era una insignificancia comparado con esto. Era un auténtico triunfo (doblemente tratándose de Kyauktada) que un funcionario de tercera categoría se abriese paso hasta llegar al Club Europeo. El Club Europeo, ese remoto y misterioso templo, ese portal místico de acceso más difícil que el mismo Nirvana. ¡Po Kyin, el golfillo desnudo de Mandalay, el empleado ladronzuelo y oscuro funcionario entraría en ese lugar sagrado, llamaría “amigo mío” a los europeos, bebería whisky con soda y golpearía bolas blancas de un lado para otro sobre la mesa verde! Ma Kin, la pueblerina que había vislumbrado por primera vez los rayos del sol a través de la techumbre hecha con hojas de palmera de una choza, se sentaría en un sillón y llevaría los pies embutidos en medias de seda y zapatos de tacón (¡sí, vestiría zapatos en aquel lugar!) mientras hablaba con damas inglesas en indostaní de ropita para bebés. Era una perspectiva como para deslumbrar a cualquiera. Durante un rato, Ma Kin permaneció en silencio, con la boca abierta, pensando en el Club Europeo y en las maravillas que contendría.

Hay que tener en cuenta que ningún negro es socio del club. En el libro los socios están orgullosos de ello, ya que es uno de los pocos clubs sin nativos que quedan. Lo que para los nativos es un lugar prohibido y misterioso, en realidad no es mas que una casucha con derecho de admisión que usan los europeos para emborracharse. También resulta triste por como se desarrolla el libro.

Es terrible padecer un dolor que no tiene nombre. ¡Qué afortunados son aquéllos que sufren males clasificables! ¡Qué afortunados los pobres, los enfermos

Una reflexión interesante que todos hemos sentido, cuando se tiene algún dolor o enfermedad. Poder ponerle nombre es un alivio, pero no saber que es, es casi peor que el propio dolor.

Vocabulario añadido: betel, mohures, hibiscos, jumado, dravidiano, sardónico, zalema, lepisma, leudada, vulcanita, plántulas, miríadas, cretona, sampanes, tamarindo, renuencia, placamineros, miriñaques, crinolinas, catafalco, calamina, terpiscórea, soñera, sobrepelliz, facistol.

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Pedro
Pedro

Written by Pedro

Al infierno en goitibera // 11906

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