Pedro
8 min readNov 1, 2018

#63 Sin blanca en París y Londres de George Orwell

Atención: A continuación se revelan partes de la trama del libro.

¿Por qué este libro? Porque Orwell es mi autor favorito.

¿Qué tal la novela? Orwell nos cuenta de forma autobiográfica lo que dice el título de la novela.

Primero nos sitúa en París, donde nos cuenta las miserias que tiene que pasar para conseguir un trabajo mal pagado y explotado como friegaplatos y pinche de cocina.

Después en Londres ya toca fondo y vive un tiempo como vagabundo. Lo más interesante es la radiografía que hace de ese tiempo, en esos sitios y en esas situaciones. La verdad es que tampoco se diferencian tanto de lo que ocurre hoy en día.

También destaco que Orwell no da una visión romántica ni azucarada de la pobreza y la miseria, pero también lo sabe explicar como una experiencia válida. Cierto es que su experiencia es limitada en el tiempo, quien sabe cuales serían sus conclusiones si hubiese sido vagabundo de por vida.

Aquí Orwell ya trata lo que serán los lugares comunes de su pensamiento y obra, el capitalismo, los abusos, la explotación, el clasismo, las relaciones humanas, la deshumanización pero también cosas positivas como la camaradería, la esperanza o la dignidad.

La única duda que me queda es si todo es 100% cierto o hay alguna exageración, aunque lo cierto es que todo resulta muy creíble. Un título muy recomendable que me vuelve a reafirmar que Eric Arthur Blair es mi autor favorito, por estilo e ideas.

Citas: Algunos extractos significativos del libro.

En el hotel había personajes muy peculiares. Los barrios bajos de París son un imán para los excéntricos: gente que ha caído en uno de esos surcos solitarios y medio desquiciados de la vida y ha renunciado a ser decente o normal. La pobreza los libera de los patrones normales de comportamiento, igual que el dinero libera a la gente del trabajo.

Interesante observación en la que no había caído y buena analogía.

Descubres que cuando te mantienes una semana a base de pan y margarina dejas de ser una persona y te conviertes en un estómago con varios órganos accesorios.

Me gusta como explica que la mayor preocupación del pobre es alimentarse, el resto pasa a ser secundario.

Aunque nunca había conseguido ahorrar más de unos pocos miles de francos, estaba convencido de que al final podría abrir su propio restaurante y se haría rico. Luego descubrí que todos los camareros dicen y piensan lo mismo; es lo que les reconcilia con su profesión.

Creo que esta idea es extensible a muchas profesiones.

Según Boris, ocurría lo mismo en todos los hoteles de París, al menos en los más grandes y caros. Aunque supongo que los clientes del Hôtel X. eran especialmente fáciles de engañar, pues casi todos eran norteamericanos, que no sabían francés, solo un poco de inglés, y parecían no entender nada de buena comida. Se hinchaban a comer repugnantes cereales, tomaban mermelada de naranja a la hora del té, bebían el vermut después de la cena y pedían un poulet à la reine de cien francos y lo cubrían de salsa Worcester. Un cliente de Pittsburg cenaba todas las noches en su habitación cereales, huevos revueltos y chocolate caliente. Tal vez no sea tan grave timar a alguien así.

Me parece gracioso que un inglés como Orwell se mofe con esa superioridad de los gustos culinarios de los norteamericanos, cuando los ingleses son la risa en Europa por esto mismo, sobre todo entre los franceses.

Una noche, de madrugada, se produjo un asesinato al pie de mi ventana. Me despertó un alboroto espantoso y, al asomarme a la ventana, vi un hombre tendido en los adoquines y a tres de los asesinos, que huían calle abajo. Bajamos y comprobamos que estaba muerto, le había roto el cráneo con una tubería de plomo. Recuerdo el color de la sangre, de un extraño color púrpura, como el vino; cuando regresé a casa esa noche, el hombre aún seguía tendido en la calle, y me contaron que habían llegado escolares de varias millas a la redonda para verlo. Pero lo que más me sorprende al recordarlo es que, a los tres minutos de producirse el asesinato, volví a meterme en la cama. Igual que la mayoría de la gente: nos limitamos a asegurarnos de que el hombre estaba muerto y nos fuimos directos a dormir. Éramos trabajadores, ¿qué sentido tenía malgastar nuestras horas de sueño por un asesinato?

Entiendo y es justificable este comportamiento. Critica a la deshumanización de una sociedad que explota y embrutece.

A eso de medianoche, mi compañero de celda empezó a hacerme insinuaciones homosexuales, una vivencia muy desagradable si estás a oscuras en una celda cerrada con llave. Era un individuo debilucho y pude mantenerlo a raya sin dificultad, pero, como es lógico, no logre conciliar el sueño. El resto de la noche lo pasamos despiertos, fumando y hablando. Me contó la historia de su vida, era mecánico y llevaba tres años sin trabajo. Su mujer lo había abandonado en cuanto se quedó sin empleo, y llevaba tanto tiempo sin acostarse con una mujer que había olvidado como eran. Según dijo, la homosexualidad está generalizada entre los vagabundos veteranos.

En este párrafo veo cierta homofobia, por un lado entendible por la época, y cierto respeto. Orwell no esta cómodo con su compañero de celda pero aún así charla con él toda la noche.

Al verlo se notaba de forma instintiva que prefería recibir un golpe que propinarlo.

Creo que hay mucha gente que piensa y se comporta así, me parece muy curioso, de hecho la mítica leyenda del Athletic Telmo Zarra, decía que prefería lesionarse a lesionar a un rival.

Tenía el típico carácter de los vagabundos: rastrero y envidioso, igual que un chacal.

Esta sentencia tan asertiva me impactó, no suena a Orwell para nada.

Lo cierto es que los del Ejército de Salvación están tan acostumbrados a considerarse a sí mismos una organización caritativa que no conciben dirigir un refugio sin que apeste a caridad.

Creo que este uno de los problemas de las organizaciones que ayudan a los desfavorecidos, cómo hacer que lo hacen no parezca una limosna.

— Claro, mira a Paddy, un gorrón que no hace más que beber té y buscar colillas por las aceras. Así acaban casi todos. Los desprecio. Pero no hay por qué acabar como ellos. Si tienes una educación, da igual que pases el resto de tu vida en la calle.
— Pues yo he comprobado justo lo contrario — respondí — . Por lo que he visto, cuando le quitas a un hombre su dinero ya no sirve para nada.
— No, no tiene por qué ser así. Si te lo propones, puedes vivir igual seas pobre o rico. Puedes seguir con tus libros y con tus ideas. No tienes más que decirte: «Aquí dentro soy libre» — se tocó la frente con el dedo — y todo irá bien.

Era evidente que su futuro era la mendicidad y la muerte en el hospicio.
Pese a todo, no sentía temor, remordimiento, vergüenza, ni lástima de sí mismo.

En estos dos párrafos se refiere a Bozo, un pintor callejero diferente al resto de vagabundos y mendigos.

Era un ateo empedernido (de esos que no es que no crean en Dios, sino que le tienen antipatía personal) y le gustaba pensar que los asuntos humanos no tenían arreglo.

Lo de la “antipatía personal” me hace gracia, porque creo que hay mucha gente enfadada con Dios.

no hay una diferencia esencial entre la forma de ganarse la vida de los mendigos y la de mucha gente respetable. Se dice que los mendigos no trabajan; pero ¿qué es trabajar? Un peón trabaja blandiendo un pico. Un contable sumando cifras. El mendigo trabaja pasando el día al aire libre haga el tiempo que haga, padeciendo varices, bronquitis crónica, etc. Es un oficio como cualquier otro; bastante inútil, desde luego, pero muchos oficios respetables también lo son. Y, como tipo social, el mendigo resiste la comparación con muchos otros. Es más honrado que los vendedores de la mayoría de los remedios medicinales, más noble que cualquier propietario de periódico dominical y más amable que un prestamista; en suma, es un parásito, pero bastante inofensivo. Rara vez saca de la sociedad más que lo suficiente para vivir y lo paga con creces con su sufrimiento, y eso debería bastar para justificarlo desde el punto de vista de nuestra ética. No creo que haya nada que permita incluir a los mendigos en una clase distinta a las de las demás personas, ni que otorgue a la mayoría de los hombres modernos el derecho a despreciarlos.

Un mendigo, mirado con realismo, no es más que un hombre de negocios que se gana la vida, igual que cualquier otro negociante: como mejor puede. No ha vendido su honor más que el resto de la gente moderna; sencillamente, ha cometido el error de escoger un oficio en el que resulta imposible hacerse rico.

En estos dos extractos hace una buena defensa de los vagabundos. Es un punto de vista diferente, novedoso para mí.

Un gorrilla: uno que busca aparcamiento a los coches.

Me llamó la atención que ya desde hace 90 años existieran los gorrillas y por lo tanto los problemas de aparcamiento, pensaba que eso era algo de los últimos tiempos.

Quien recibe alguna caridad odia casi siempre a su benefactor.

Esto es una verdad como un puño, parece algo inherente al ser humano.

Le conté lo del desperdicio de comida en la cocina y añadí lo que opinaba. Al instante cambió de tono de voz y vi que había despertado al puritano que todo trabajador inglés lleva dentro. Aunque había pasado hambre con los demás, enseguida encontró motivos para tirar la comida a la basura en vez de dársela a los vagabundos. Me sermoneó con mucha severidad: «No les queda otro remedio — dijo — . Si estos sitios fuesen demasiado cómodos, los invadiría la escoria del país. Lo único que les mantiene a distancia es que la comida sea tan mala. Lo malo de estos vagabundos es que son demasiado vagos para trabajar. No hay que eliminarlos. Son escoria».
Le di varios argumentos para hacerle ver que estaba equivocado, pero no quiso escucharme. No hacía más que repetir: «No hay que compadecerlos. Son escoria. No se les puede juzgar por le mismo patrón que a tí y a mí. Son escoria, solo escoria».
Era interesante ver de qué modo tan sutil se ponía al margen de «esos vagabundos». Llevaba seis meses en los caminos, pero, por lo visto no se consideraba un vagabundo ante los ojos del Señor. Imagino que hay muchos vagabundos que dan gracias a Dios por no ser vagabundos.

La última frase resume todo el párrafo. El símil más fácil que se me ocurre es que hay muchas familias de clase obrera agradeciendo a Dios ser clase media.

Son igual que los turistas que se quejan de los turistas.

En esta queja me reconozco, he ido de turismo a otras ciudades y me he quejado de la afluencia y masificación turística. Paradójico y ridículo a partes iguales. De nuevo me flipa que esto ya fuera un problema hace 90 años.

«Toma amigo — dijo en tono cordial— . Te debía unas colillas. Ayer me invitaste a un cigarrillo. Al salir esta mañana el vagabundo mayor me ha devuelto mi lata. Una buena acción merece ser correspondida: toma».
Y me dio cuatro colillas mojadas y pisoteadas.

Creo que Orwell hace uso de se humor inglés que puede sonar a desagradecido, pero en el fondo agradece el gesto.

Vocabulario añadido: pendencias, mújoles, azacaneado, desabrido, plongeur, hulla, bígaros, drávidas, camachuelo, dispepsia, uretritis, quevedos, armonio, devocionarios, rijosos, encomiástico, zotal, lascar, excrecencia, expletivo, caravasar, lombriguera, bochinchero, almiar.

Pedro
Pedro

Written by Pedro

Al infierno en goitibera // 11906

No responses yet